La vida da muchas vueltas. Y en una de ellas te puedes ver arrojada al paro. Entonces puedes lamentarte, maldecir o, simplemente, vivirlo.
jueves, 2 de febrero de 2012
De manitas
¿Si a casi nadie se le ocurre meterle mano a las tripas del ordenador cuando se pone pesado, por qué todos nos creemos capaces de hacer lo propio con los grifos, la cisterna, los cables eléctricos, las humedades o los desconchones?
Asunto recurrente en el parado: ahora que tengo tiempo, lo hago yo. Para ser honestos, ahora que tengo tiempo, sí, pero sobre todo, ahora que lo que me falta es dinero.
Pero, ¡peligro!. Si antes éramos unos torpes para las cosas propias del manitas de su hogar, que nos veamos en el paro no significa que hayan mejorado nuestras habilidades. No al menos mientras los cursos de formación del INEM no nos acojan en su estéril seno...
El caso es que, como todos sabemos cuando permanecemos en nuestros cabales, en momentos así suele ser peor el remedio que la enfermedad. Piénsatelo bien antes de añadir a tú condición de parado la de desesperado. Bien sabemos los voluntariosos del bricolaje que hay techos que se dirían endemoniados -según los tocas se desploma la pintura- o circuitos eléctricos cuyo intrincado contenido requiere uno de esos tontones para medianamente orientarse.
Cada oveja a su redil. Hazte un favor a ti mismo y a uno de los muchos compañeros de esta gran empresa que es el paro. Hay muchos dignos operarios de la chapuza domiciliaria que, como tú, se ven mano sobre mano. La diferencia es que ellos sí saben qué hacer con esa clase de extremidades.
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