La vida da muchas vueltas. Y en una de ellas te puedes ver arrojada al paro. Entonces puedes lamentarte, maldecir o, simplemente, vivirlo.
jueves, 9 de febrero de 2012
El famoso libro
Todo periodista que se precie tiene en la recámara un libro que empezará a escribir cuando se den las circunstancias. Y, sí, el paro y situaciones análogas son el momento ideal para echar fuera de sí todo eso que llevamos dentro y que el ejercicio diario de la profesión no nos permitió comunicar a nuestros semejantes.
Yo no soy de esos periodistas. A lo mejor es que no me precio tanto como debiera. He oído en tantas ocasiones aquello de que "tú lo que deberías hacer es escribir un libro", que no hacerlo se ha convertido para mí en una especie de acto de rebeldía, de reafirmación en mi cabezonería de que no tengo nada que decirle a nadie en formato libro.
Pero hay otros motivos. El periodista es en parte un obrero de la escritura, porque de lo contrario difícilmente podría hacerse entender por el lector, pero esta no es necesariamente la habilidad más sobresaliente para el ejercicio de su profesión. Ni mucho menos. La perspicacia, la curiosidad, la empatía, la capacidad para generar y mantener contactos, cierto olfato perruno para seguir pistas humanas y documentales, el dominio del contexto, algo de vicio con este tipo de trabajo y hasta una especie de sexto sentido son algunos de los elementos que forman parte del oficio periodístico.
Así que detrás de un periodista cabe presuponer un aceptable narrador, aunque esta cualidad es del todo insuficiente para abordar el mundo literario en condiciones. Por ejemplo: la capacidad de montar ficciones narrativas, la creatividad, es algo a lo que un periodista, incluso a un excelente periodista, no tiene porqué tener acceso. ¿Que en el ejercicio del periodismo hay mucha ficción intercalada con la realidad? Ah, sí, pero eso es mal periodismo y peor literatura.
Por eso la inmensa mayoría de los periodistas que escriben libros se abstienen de la ficción literaria y lo hacen sobre lo que saben. O creen saber. Y así proliferan libros sobre personajes políticos, hechos de la historia reciente o reflexiones sobre los propios medios y el oficio que, muy buena parte de las veces, no aportan nada. Nada salvo algún royalty a sus autores y un problema a la humanidad.
¿Saben cuál es el coste ecológico de tanto escritor suelto y tanta editorial dispuesta a intentar lo que sea para mantener un negocio que camina hacia la obsolescencia? En http://librodenotas.com/textosdelcuervo/21910/obscenidad-del-almacenaje-y-libro-digital#cpreview se explica divinamente.
Yo no voy escribir un libro. Al menos no por ahora. Y nunca mientras continúe pensando que existen muchos canales a mí disposición para ejercer el tipo de comunicación para el que me creo más o menos dotada. O en tanto no se apodere de mí una historia que me pida a gritos ser contada en cientos de páginas de papel vistosamente encuadernadas
Y no, no tengo nada contra las libros. Al contrario. Son uno de mis mejores compañeros desde la primera juventud y hasta la fecha. Pero estoy con el autor del texto que he enlazado y echo mucho de menos un mercado de libro digital en condiciones.
El camino que hemos emprendido con las nuevas tecnologías no tiene retorno y, al menos en el contexto del hogar, los libros tradicionales ocupan mucho espacio y corren cada vez más el riesgo de convertirse en elementos de construcción. ¿Ladrillos? No, no digo eso aunque de muchos no cabe decir otra cosa. Lo que digo es que echen un vistazo a la ilustración que acompaña estas páginas para comprender la verdadera utilidad de tanto tomo suelto que anda por ahí ocupando espacios que no merecen.
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